La dinastía borbónica que se establece en España con Felipe V (que comienza su reinado en 1700) facilita la introducción de las luces, de las que hay ya algunos destellos a fines del siglo XVII. Con el apoyo de la corona, y a pesar de la reacción de los sectores más tradicionales, la cultura de la Ilustración va penetrando en España a través de los libros, de la difusión de la filosofía, de los viajes, de la publicación de periódicos y revistas, etc. Las instituciones culturales serán el reflejo de este nuevo espíritu: La Biblioteca Nacional, La Real Academia Española, La Real Academia de la Historia y otras.

El siglo XVIII es, por tanto, época de grandes avances en el pensamiento, sin embargo, no manifiesta el mismo esplendor en la literatura por dos razones fundamentales: el predominio de la razón reprime ciertos impulsos para la creación y la estética del racionalismo clasicista francés encorseta con sus reglas y preceptos la creación literaria.
Podemos distinguir tres etapas en la literatura del XVIII:
a) Llega hasta mediados del siglo y se caracteriza por la lucha contra el Barroco y la toma de contacto con el Clasicismo francés. La actividad dominante es la crítica, apenas se cultiva la literatura creativa y el ensayo y la sátira es lo que más interesa.
b) Neoclasicismo. Llega hasta el final del siglo y en esta etapa imperan los preceptos que codificó Boileau en su Arte poética. Triunfa la regla de las tres unidades en el teatro.
c) Prerromanticismo. Tiene lugar en las últimas décadas del XVIII en que se produce una reacción sentimental proveniente de Inglaterra que desencadena el gusto por temas emotivos, nocturnos y lacrimosos que preludian el Romanticismo del siglo XIX.
De la primera época (en que ya hemos dicho que sobresale el ensayo, pues supone uno de los mejores géneros desde los que luchar contra la estética barroca entre otras cosas) es uno de los ensayistas más importantes del siglo Fray Benito Pérez Feijoo, benedictino y catedrático de Teología de Oviedo. De ensayos se compone su Teatro crítico universal y las Cartas eruditas. En ellos expone problemas de todo tipo (filosóficos, físicos, literarios...) con aguda penetración y transparente estilo. Un grupo importante de estos ensayos tienen como objetivo combatir las supersticiones y falsas creencias populares, y ello sin renunciar a sus fuertes preceptos cristianos.
Aunque Feijoo posee una mente enciclopédica, no es un enciclopedista a la francesa.

Jovellanos será fundamentalmente autor de ensayos (su obra estrictamente literaria es escasa) y sus temas abarcan desde lo político a lo filológico pasando por la economía, la filosofía o la historia. Sería uno de esos autores que anuncia el movimiento que seguirá a la Ilustración. Su vida misma (apasionante y ejemplar) de político patriota y reformador que le llevó a enfrentamientos con la Iglesia y que le costaron años de prisión en Mallorca (primero en la Cartuja y después en el castillo de Bellver) es en cierto modo un ejemplo de la etapa en la que se encuadra. Su Informe sobre el expediente de la Ley agraria (que quedó incluido en el índice de libros prohibidos) y Memoria del castillo de Bellver (en el que describe el pasado y el presente de lo que entonces era su prisión) son su mejor aportación al género ensayístico.
En la última etapa (la prerromántica) se inscribe la personalidad de José Cadalso por la expresión en su obra y en su vida del sentimiento frente a la razón, el recelo a las "reglas" y la inclinación por una naturaleza horrenda frente a la "arreglada" del Necoclasicismo. Pero este prerromanticismo, que por otro lado aparece al final de la obra de todos los mejores escritores del siglo XVIII, es más perceptible en la poesía que en el ensayo o el teatro. La dificultad de encajar Las noches lúgubres en los dos géneros que nos ocupan es lo que nos hace pasar de puntillas por la obra de Cadalso.
En la última etapa (la prerromántica) se inscribe la personalidad de José Cadalso por la expresión en su obra y en su vida del sentimiento frente a la razón, el recelo a las "reglas" y la inclinación por una naturaleza horrenda frente a la "arreglada" del Necoclasicismo. Pero este prerromanticismo, que por otro lado aparece al final de la obra de todos los mejores escritores del siglo XVIII, es más perceptible en la poesía que en el ensayo o el teatro. La dificultad de encajar Las noches lúgubres en los dos géneros que nos ocupan es lo que nos hace pasar de puntillas por la obra de Cadalso.
El teatro ilustrado triunfa sobre todo en la segunda etapa del siglo XVIII que, frente a la primera, fue más creativa. Sus bases teóricas son el respeto absoluto a la regla de las tres unidades, la moralidad y la verosimilitud. En efecto, las obras neoclásicas seguirán las reglas aristotélicas del teatro: unidad de tiempo (el tiempo escénico no debía exceder de 24 horas, tiempo real); unidad de espacio o lugar (espacio único); unidad de acción (acciones sucesivas). Por otro lado, era necesario que la obra dramática moralizase y que fuera verosímil, es decir, que se atuviera al principio de realismo o apariencia de verdad. El respeto a la verosimilitud hace que que se proscriba todo lo imaginativo, fantástico y misterioso y que se separen de forma radical lo trágico y lo cómico.
Encontraremos tres líneas que coinciden más o menos con las etapas que dimos al comienzo de este tema.
Una primera línea trata de imitar el teatro barroco, aunque se queda en la imitación de la forma más que del fondo: exagera los elementos burlescos y de gusto popular, posee los trucos del teatro popular y tienen como personajes a tipos cercanos a los hombres de su tiempo. Son "comedias de figurón" heredadas del teatro barroco, que más tarde se convertirían en "comedias de carácter". El gobierno acaba con ella por causas éticas y sociológicas al no considerarla moralizadora.

La segunda línea será el teatro propiamente neoclásico en el que se escribirán, por una parte, tragedias como Raquel, de García de la Huerta (crítico literario), que en general no serán del gusto popular. Por otra parte, encontraremos las comedias, más variadas y de mayor acogida. Se escriben tres tipos de comedia: la urbana, dedicada a criticar vicios (La señorita malcriada de Iriarte); la sentimental, con altas dosis de sentimentalismo, propósito moralizador, reflejo de la realidad cotidiana y final feliz (El delincuente honrado de Jovellanos); la moratiana, cuyo propósito didáctico y moralizador critica el abuso de autoridad y la mala educación recibida por las mujeres, y defiende, por otra parte, la libertad de esas mismas mujeres para elegir y el triunfo de la verdad y el bien.
Es un teatro que respeta escrupulosamente las tres unidades clásicas y la obra que mejor representa esta línea es El sí de las niñas de Moratín. Otras obras de este autor con esos mismos temas son El viejo y la niña y El barón. La comedia nueva y El café son de carácter satírico. En la primera se burla de los malos escritores dramáticos, incultos e ignorantes de las "reglas"; en la segunda critica la falsa piedad y la hipocresía que dificultaban una libre convivencia ciudadana.
Por último, está el sainete de Don Ramón de la Cruz (folclórico, satírico, superficial, tradicional y sentimental). El sainete es una pieza corta de un solo acto, que es "una pintura exacta de la vida civil y de las costumbres de los españoles": El rastro por la mañana, La pradera de san Isidro.
Es un teatro que respeta escrupulosamente las tres unidades clásicas y la obra que mejor representa esta línea es El sí de las niñas de Moratín. Otras obras de este autor con esos mismos temas son El viejo y la niña y El barón. La comedia nueva y El café son de carácter satírico. En la primera se burla de los malos escritores dramáticos, incultos e ignorantes de las "reglas"; en la segunda critica la falsa piedad y la hipocresía que dificultaban una libre convivencia ciudadana.
Por último, está el sainete de Don Ramón de la Cruz (folclórico, satírico, superficial, tradicional y sentimental). El sainete es una pieza corta de un solo acto, que es "una pintura exacta de la vida civil y de las costumbres de los españoles": El rastro por la mañana, La pradera de san Isidro.