sábado, 5 de noviembre de 2011

MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98

Antonio Machado

Tradicionalmente, estos conceptos han sido separados para referirse a dos formas literarias diferentes (separación más pedagógica que científica), pero hoy día parece claro que se trata de distintas visiones de una misma actitud que tiene rasgos comunes y supone la reacción a una crisis fin de siglo. Hay críticos literarios prestigiosos defensores de una y otra idea,   pero el hecho de que Azorín y algunos otros autores del momento fueran partidarios de una única generación, sería razón suficiente para que esta división se encuentre hoy día superada. El propio Azorín indicaba tres rasgos comunes a una y otra tendencia:

  • espíritu de protesta contra lo establecido;
  • profundo amor al arte;
  • influencias del parnasianismo y del simbolismo.

En efecto, el espíritu de rebeldía y el afán de renovación lo hallamos en una y otra tendencia, si bien, el escapismo esteticista es más propio de los modernistas y la conciencia de crisis que se manifiesta en una preocupación por España, pareja a una preocupación religiosa y existencial, es más propia de los noventayochistas. Pero muchos de los autores que en ocasiones hallamos adscritos a una forma u otra los veremos atravesar ambas “etapas”. Así Valle-Inclán, Machado, Rubén Darío.  


El Modernismo es una corriente creativa que se gesta en Hispanoamérica alrededor de 1870 y que llega a España en torno a 1890-1900 de la mano de Rubén Darío. Esta corriente se caracteriza esencialmente por la búsqueda de la belleza absoluta para huir de la realidad cotidiana (esteticismo). El Modernismo fue ante todo una renovación estética que implicó entre otras cosas  una renovación del lenguaje poético. De los parnasianos cogerán el anhelo de perfección formal; de los simbolistas la idea de que la poesía es una vía de conocimiento.
  • Esta renovación se da en los temas: la mitología, el exotismo oriental, las civilizaciones antiguas; y en los motivos: nocturnos, crepúsculos, sonatas, jardines, etc. Además, a los modernistas, les gusta ambientar los temas de los poemas en lugares alejados en el tiempo y en el espacio (Grecia, Roma, la Edad Media, Oriente), lo que refleja el deseo de huir de la realidad que les rodeaba. Asimismo, esta huida a países y épocas lejanas recoge su afán cosmopolita.

  • Renuevan la visión de la realidad a través de una interpretación simbolista de la misma. Los simbolistas pretenden ir más allá de lo aparente, con lo que la poesía se convierte en un instrumento de conocimiento que, a través de los símbolos, capta la realidad suprarracional. Los símbolos son imágenes físicas que sugieren o evocan lo que no es físicamente perceptible: ideas, sentimientos, angustias, obsesiones. De ahí la importancia que se le concede a los sueños, a la imaginación, a la intuición, a lo misterioso, etc.

  • Encontramos dos tendencias bien diferenciadas: el modernismo espléndido de colores, sonidos, aromas, impresiones, un modernismo exuberante y decadente, deudor del Parnasianismo sobre todo; y el modernismo de correspondencias, melancólico y nostálgico, más influido por el Simbolismo. La inclinación de los autores a una u otra tendencia depende de condiciones y formas de ser personales. Así Rubén Darío representa el modernismo más sensual y retórico, sobre todo en los libros Azul (emblema del movimiento que mezcla la prosa y el verso en un conjunto armonioso y bello) y Prosas profanas, mientras que Machado (Soledades, galerías y otros poemas) o Juan Ramón Jiménez (Arias tristes, Jardines lejanos) indagan más en la intimidad y en la visión subjetiva de las cosas y del paisaje. Será este un modernismo más simbolista, que tiende, por tanto, a la sugerencia y a la evocación.

  • El lenguaje es exuberante, lleno de cultismos, neologismos y recursos retóricos de muy distinto origen (se usa sobre todo la aliteración y la sinestesia). Es un lenguaje brillante y llamativo, aunque también en este sentido se muestran dos tendencias bien diferentes. La poesía de Machado, por ejemplo, muestra su eficacia en la atmósfera que crea más que en el colorido de su lenguaje.

  • La métrica sufre una rotunda renovación que afecta sobre todo al ritmo y a la musicalidad. Se rescatan metros nuevos como el alejandrino (que se utiliza en los sonetos) o se usan otros raros, como el dodecasílabo y el eneasílabo. El verso adquiere una flexibilidad que no tenía. Machado y Juan Ramón utilizarán mucho la asonancia y la combinación de endecasílabos y heptasílabos (rasgo que ya mostró la poesía de Bécquer), lo que supondrá un gran acierto.
 No hay que olvidar la importancia de la prosa poética modernista que representan las Sonatas de Valle-Inclán y Platero y yo de Juan Ramón Jiménez.
Azul de Rubén Darío
Otros poetas modernistas son Manuel Machado (Alma y El mal poema son dos libros muy representativos del modernismo español), Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina, Unamuno.

En una segunda etapa, algunos poetas modernistas acogen en sus versos el espíritu del 98, es decir, hacen una escritura más reflexiva, sentenciosa y analítica y mantienen una actitud existencial y dolorida ante los problemas nacionales. Es el caso de Machado a partir de Campos de Castilla, o el Darío de Cantos de vida y esperanza (con poemas verdaderamente existenciales que contrastan vivamente con lo que habíamos leído en libros anteriores). Juan Ramón también abandona el ropaje modernista y se orienta hacia una poesía pura a partir de Diario de un poeta recién casado. A partir de ese momento su poesía caminará hacia la expresión más difícil y esencial de Piedra y cielo (1919) o Belleza (1923) hasta la poesía metafísica de los últimos libros (Estación total y Animal de fondo).

Esta preocupación y espíritu crítico se prestaron más al cultivo de la novela y del ensayo que de la poesía, aunque como se ha señalado más arriba no faltan casos de un giro en la poesía que supone el relajamiento de la preocupación formal y la profundización en el problema de España y el regeneracionismo. En el caso de la novela, tanto las de Baroja (La busca, El árbol de la ciencia), como las de Unamuno (Niebla, San Manuel Bueno, mártir) Valle-Inclán (El ruedo ibérico)  o Azorín (La voluntad, Antonio Azorín ) recogerían aquella preocupación y aquel espíritu crítico que los caracterizó, pese a la peculiar manera de hacer, muy distinta en cada uno de ellos, y al intento común con los modernistas de renovación conceptual y técnica de la literatura en general. 




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